viernes, 25 de julio de 2025

VIDA E HISTORIA AL AMANECER

Por Eduardo García Aguilar

Amenecimos el jueves 27 de marzo de 1974 cerca de la sede central de El Tiempo, en un café de la Avenida Jiménez. Bogotá, la metrópoli, la urbe agitada, se despertaba ya desde antes aun en la oscuridad y los diarios empezaban a circular con el grito de los voceadores. 

Había muerto el ex presidente Eduardo Santos (1888-1974), dueño del periódico y una figura que marcó todo el siglo XX como uno de esos personajes de entonces que estuvieron desde el comienzo del siglo en las primeras páginas de la actualidad, los negocios y los periódicos, uno de los líderes de la élite inasible de los protagonistas, que vivió todas las venturas y desventuras del país y a la vez lo ayudó a cambiar durante los sucesivos gobiernos de la República liberal, vigentes hasta poco antes del inicio de la trágica Violencia y el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.

Esos días eran intensos porque el 5 de abril me preparaba a viajar a Europa a estudiar y dejar el país de mi infancia y adolescencia, lanzándome a una aventura escalofriante que entonces era poco probable y significaba casi como viajar a Marte, a otro planeta, o lanzarse sin alas hacia los abismos.

Hay momentos en que nos atropella la historia del país donde nacimos, al mismo tiempo que experimentamos cambios cruciales y definitivos en nuestras propias vidas, tal y como leíamos en las novelas clásicas. En ese instante en que yo vivía el júbilo de la próxima partida y saboreaba ya las aventuras futuras que se auguraban al otro lado del océano, no solo se iba uno de esos padres de la patria de entonces casi santificados, sino que el país se estremecía por el reciente robo de la espada de Bolívar.

Hacía poco los guerrilleros del M-19 habían hurtado la espada del Libertador de la quinta del mismo nombre en las faldas de Monserrate y aun estaban presentes las imágenes de los avisos publicitarios que salieron en varios diarios anunciando la llegada de un misterioso producto con ese nombre, que parecía un lombricida y resultó ser el movimiento que a la larga, medio siglo después, llegaría al poder a través de uno de sus militantes.

En ese entonces casi todo sucedía en el centro de Bogotá. Por ahí estaban las sedes de los grandes diarios, las   universidades, los ministerios, las mejores librerías y cafeterías donde poetas, políticos y negociantes se reunían durante el día y la noche en una actividad incesante de un país que aunque pobre y caótico, ya se caracterizaba por esa energía inagotable y la algarabía devastadora de sus pasiones políticas, antes de que se abriera la "ventanilla siniestra" del narcotráfico generalizado.

Con el amigo que estaba celebrando mi partida habíamos estado en la noche en varias reuniones con jóvenes escritores y salimos en la madrugada de una fiesta para dirigirnos a esperar el bus que nos llevaría a nuestras casas respectivas, pero antes nos sentamos en ese café recién abierto a tomar una changua y hojear los diarios que traían ediciones especiales por la muerte de Eduardo Santos. 

En esos diarios ilustrados con la increíble trayectoria del humanista, diplomático, político y periodista, representante del liberalismo moderado y de centro, viajero y cosmopolita, habitante de Nueva York y París, donde estudió,  veíamos pasar la historia del siglo que empezaba a terminar para siempre, mientras agonizaba el Frente Nacional y se abrían nuevos acontecimientos sociales y políticos inimaginables aquella mañana histórica y muy personal.
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Publicado en La Patria, Manizales. Colombia, el domingo 27 de julio de 2025.  

   

 


sábado, 19 de julio de 2025

LOS SECRETOS DE POLICARPO VARÓN

Por Eduardo García Aguilar


Policarpo Varón (1941) siempre ha sido uno de los secretos mejor guardados de la narrativa y la literatura colombianas desde que publicó en 1973 su primer libro de cuentos El festín, en la editorial Oveja Negra. Desde entonces, el cuento que lleva ese título ha sido incluido en varias antologías del género en Colombia y América Latina y él continuó en la sombra ejerciendo la alegría de escribir cuentos y ser antes que todo un lector apasionado. Después publicó El falso sueño (1979), Jardín del intérprete (1977) y La mágica tragedia (1986).

En su cuarto libro, Equilibristas (2001), despliega su sentido del humor y la libertad y flexibilidad narrativas.ambientados en un pueblo tolimense afectado por la atroz violencia de aquel tiempo entre liberales y conservadores y en Buenos Aires, a donde el de la voz narrativa realiza varios viajes reales e imaginarios, anclados en el mundo literario de la capital argentina, cuando estaba en su esplendor la fama del gran mito ciego Jorge Luis Borges.

Buenos Aires es una obsesión para un lector como Policarpo Varón, pues a lo largo del siglo XX fue la Meca de las letras, el tango y el cine, un lugar crucial del mundo editorial e intelectual del continente latinoamericano, a donde todos querían llegar algún día, desde los tiempos de José María Vargas Vila, Bernardo Arias Trujillo, Witold Gombrowicz, Rabindranath Tagore y Victoria Ocampo. Buenos Aires era la Nueva York del sur.

Visitar Buenos Aires de la mano de Varón y adentrarse en su erudición literaria es un viaje inolvidable, como lo es también andar por los parajes de Tolima, caminando con el narrador y sus amigos, junto a ríos, veredas, casonas abandonadas, remansos, carreteras y montañas. En cada cuento suyo vivimos experiencias absurdas y nos enfrentamos al absurdo de la vida y el tiempo, a través de su lucidez implacable.                                .  

"He pensado que los pavorosos prejuicios religiosos, de bandera partidista y culturales vividos por Colombia durante mi infancia y mi adolescencia afectaron mi psiquismo y mis comportamientos hasta hoy", afirma Policarpo Varón en el epílogo de este libro, donde cuenta su vida y su pasión literarias.

"En mis cuentos privilegio el lenguaje y el argumento - no la trama ni el desenlace -", añade el autor, quien parte de "una anécdota, situación o imagen que reveo o recuerdo", lo que "constituye el estímulo inicial de mis cuentos" y de "ahí busco elaborar la ficción, la poesía activa, que logro estudiando y desdoblando la anécdota, la situación o la imagen que inicialmente me han conmovido, con la cándida esperanza de que el lector encuentre una parábola general de la vida o el hombre", concluye.

Varón pertenece a una vasta generación de escritores que empezaron a publicar muy jóvenes en la revista Eco y emprendieron el camino literario con vocación borgiana, tratando de conectarse con las nuevas corrientes y abrir caminos para la literatura colombiana, antes de que surgiera la deflagración comercial del boom latinoamericano y cayera el meteorito brutal de Cien años de Soledad.

Ese fenómeno comercial y de vanidades y ambiciones masculinas de machos alfa, hizo perder en cierta forma la inocencia a los escritores que hasta entonces hacían literatura como kamikazes, a sabiendas que ejercer ese oficio los llevaba a experimentar dificultades económicas sin nombre y un largo camino de soledad e incomprensión. Hasta entonces ser escritor en América Latina era emprender el camino de los malditos y siempre fueron vistos con desconfianza, como casos patológicos y marginales poco frecuentables.

Bastaba con observar la larga lista de los clásicos de la literatura universal o latinoamericana para descubrir destinos trágicos de todo tipo, encabezados por los emblemáticos suicidas, seguidos por los errantes que aunque gloriosos terminaban mal como José Asunción Silva, Ruben Darío y otros modernistas. Se emprendía la literatura como una opción autodestructiva y utópica, hasta que en los nuevos tiempos el ejercicio fue carcomido por el arribismo y la codicia.

Policarpo Varón siempre ha sido para mi un faro y un ejemplo desde su retiro entre libros. Cada encuentro con él en Bogotá ha sido una sorpresa y una alegría, y lo vivido con él puede ser un relato suyo, como cuando me llevó a conocer a su congénere Nicolás Suescún.  Varón inició su camino en el Tolima, luego trerminó el bachillerato en Medellín y después se estableció en Bogotá, donde vivió muchas décadas, siempre inmerso en el mundo de los libros y el estudio de las técnicas narrativas que aplica en sus historias.
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Publicado en la patria. Manizales. Colombia. Domingo  20 de julio de 2025.


jueves, 17 de julio de 2025

ACTUALIDAD DE BERNARDO ARIAS TRUJILLO

Por Eduardo García Aguilar

A ocho décadas de su muerte y 115 años de su nacimiento, Bernardo Arias Trujillo (1903-1938) sigue siendo actual porque hace parte de una generación moderna y malograda que irrigó la poderosa creación telúrica latinoamericana de su tiempo en todos los países, antes del estallido de la Segunda guerra mundial. No solo escribió en su corta vida de 35 años la novela cinematográfica Risaralda, sino que fue poeta, traductor, panfletario, publicista y ensayista de talento. 
Hace unos años, cuando visité una noche de neblina con Harold Alvarado, Álvaro García y Marcela Cerón la vieja casa donde él murió, desfigurada por la institución instalada ahí, cuando debería ser un museo dedicado a su vida y obra, recordé con alegría y agradecimiento el hecho de que mi padre tuviera varios de sus libros en su biblioteca y por eso me conecté muy temprano con su traducción de La balada de la cárcel del Reading de Óscar Wilde, así como Diccionario de emociones y En carne viva.  
El poema homosexual Roby Nelson era ampliamente conocido entre los jóvenes poetas y amantes de la cultura de la ciudad, que éramos muchos, pues había además de la gran agitación política reinante de la época post-68, muchos centros culturales y un culto a la literatura que ya se practicaba por tradición desde hacía décadas, no solo por el auge de los llamados greco-quimbayas, que eran políticos derechistas ilustrados, como Silvio Villegas, sino por la literatura popular y rebelde de Iván Cocherín y José Naranjo y la literatura maldita existencialista de José Vélez Sáenz. 
Conocí el poema a través de mi padre, un liberal que amaba la literatura y lo tenía en una antología de poesía colombiana al lado de los poemas de Julio Flórez, Guillermo Valencia, José Asunción Silva y Rafael Pombo. No asustaba para nada en Manizales ese canto a un efebo bonaerense de arrabal. Se le disfrutaba como un gran logro estético. Todos admirábamos a Rimbaud y Óscar Wilde.
En su biblioteca mi padre tenía toda su obra, salvo la que firmó con el seudónimo de Sir Edgar Dixon. Los escritores mayores, algunos de los cuales pudieron coincidir jóvenes con Arias Trujillo, conocían muy bien sus libros e incluso criticaban su exageración en el manejo de los adjetivos y el excesivo greco-quimbayismo de su prosa. 
Además de su famoso poema gay Roby Nelson, hay otro poema erótico de Arias Trujillo llamado Versos a una muchacha deportista, lo que nos indica que como Proust, tenía buen sentido de apreciación del cuerpo femenino, como lo demuestra en su descripción de las "belkis trigueñas" en su clásica novela.
Su leyenda ya estaba instalada poco después de su muerte. Manizales es una ciudad muy especial porque ya en los 30 existía allí una gran editorial privada, Arturo Zapata editores, que publicó a todos los clásicos del país en tiempos de entreguerras, como Fernando González, César Uribe Piedrahíta, León de Greiff y muchos otros. El director de esa editorial era un exquisito que dirigía además la revista literaria Cervantes.
Lo cuento más por curiosidad documental que otra cosa: acabo de desempolvar en unos papeles viejos que cargo en un maletín negro, el original de un ensayo que escribí sobre Arias Trujillo a los 17 años, y que ganó un premio de ensayo en LA PATRIA con el que me gané 5.000 pesos de ese entonces. "Bernardo Arias Trujillo: el artista y el mundo", por fortuna inédito, es un texto de 10 páginas con apartes que me sorprenden y otros que me sonrojan, donde paso revista de manera caótica a la vida y la obra del personaje con los elementos conocidos por un joven escritor adolescente manizaleño de la época, intoxicado de literatura y rebelión, lo que muestra con claridad documental que Arias Trujillo era un escritor asumido y oficial en Manizales.
Tratemos de situar a Arias Trujillo en el contexto histórico nacional. Es necesario acabar con las mitologías de opereta y de tango que la cultura colombiana oficial ha tejido en torno a los autores de la época de entreguerras, una de las más fascinantes del siglo XX, que está por cartografiar y estudiar ampliamente, como lo han hecho con ese lapso de la historia literaria de sus países argentinos, brasileños, peruanos y mexicanos. 
El país en esos años 20 y 30 era mucho más moderno de lo que creemos. Retornó el liberalismo al poder con Enrique Olaya Herrera, Eduardo Santos y Alfonso López Pumarejo. Se fundaron la Biblioteca Nacional y la Universidad Nacional de Colombia, se publicó la Biblioteca Samper Ortega y hubo un gran auge editorial y cultural. En esas dos décadas en Bogotá y en varias ciudades de provincia había revistas, editoriales y vida cultural. 
Manizales por esas fechas era una especie de Manaos cafetera de tierra fría con mucha presencia europea. Europeos y estadounidenses ya habían llegado antes en el siglo XIX a trabajar como ingenieros o capataces en las minas de la zona. O sea que no era un pueblo perdido o aislado en las montañas. Además la cultura era algo central y ya se había fundado el periódico LA PATRIA, donde escribían los autores del greco-quimbayismo, entre ellos Silvio Villegas, su director, Aquilino Villegas y otros. 
Había varias tendencias políticas en el país: el liberalismo, laico y abierto en materia cultural, el conservatismo, admirador de Mussolini, la derecha maurrasiana francesa, la falange española y las ideas eugenistas del protonazismo. Y también había un gran auge de las ideas socialistas y comunistas con personalidades como María Cano, Ignacio Torres Giraldo, Luis Vidales y una gran actividad sindical y de los movimientos sociales. En medio de toda esa efervescencia de escritores, caricaturistas, poetas, panfletarios, vivió el joven Arias Trujillo. 
Nació en Manzanares, vivió en Manizales, pero también estuvo a fondo en Bogotá, donde escribía folletines, y en Buenos Aires, donde fue diplomático con el "Leopardo" José Camacho Carreño. Era pues un joven cosmopolita de tendencia liberal, una versión liberal de los Leopardos.  En su libro En carne viva se muestra su furia frente a los que él llama los "lanudos" de Bogotá y la oligarquía colombiana. Era un rebelde e inclusive un derechista como Silvio Villegas, el autor de No hay enemigos a la derecha, publicada por Arturo Zapata en 1937, admiraba a este joven contemporáneo y dice que su rebeldía lo llevó al fracaso: "Altivo y desdeñoso, desafió con indomable carácter las oligarquías económicas y políticas, cerrándose los caminos del éxito". Ahí todo está dicho.

 

---- Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Septiembre 23 de 2018. 


EL PADRE DE ROBY NELSON

Por Eduardo García Aguilar

Después de 70 años de ostracismo, Bernardo Arias Trujillo (1903-1939), padre de Roby Nelson, el sulfúrico poema sobre un efebo bonaerense, se está poniendo de moda como ícono gay latinoamericano, gracias al interés de jóvenes bogotanos y la publicación de una semblanza en un libro colectivo sobre escritores malditos, publicado en Santiago de Chile y donde comparte estrellato con su compatriota Porfirio Barba Jacob.

Por su novela Risaralda, Bernardo Arias Trujillo era a nivel regional el escritor más importante y era estudiado y comentado por los profesores de literatura a nivel de bachillerato en los años 70. Pero además de Roby Nelson, acordémonos que hay otro poema erótico de Arias Trujillo llamado "Versos a una muchacha deportista", lo que nos indica que también tenía buen sentido de apreciación del cuerpo femenino, como lo demuestra en su descripción de las "belkis trigueñas" en su clásica novela.

Ambos poemas eran ampliamente conocidos en los medios literarios colombianos hacia los años 50, 60 y especialmente 70, cuando se celebraba en la ciudad donde murió el Festival Internacional de Teatro y muchos de los invitados eran llevados a conocer la casona familiar donde pasó sus últimas horas. Debido a que era un combativo liberal en tiempos de auge de los fascismos criollos, también se leía " Aclamación de Cristo", poema donde la figura es emparentada con la rebeldía y la lucha por la justicia. Su leyenda ya estaba pues instalada poco después de su muerte.

En Manizales ya en los años 30 existía una editorial privada, Arturo Zapata editores, que publicó a todos los clásicos del país en tiempos de entreguerras, como Fernando González, César Uribe Piedrahíta, León de Greiff y otros muchos. El director de esa editorial era un exquisito que dirigía además la revista literaria Cervantes.

Después de 1968, el poema Roby Nelson era ampliamente conocido entre los jóvenes poetas y amantes de la cultura de la ciudad, donde se daba un culto a la literatura que ya se practicaba desde hacia décadas, no solo por el auge de los llamados greco-quimbayas, como Silvio Villegas, sino por la literatura popular y rebelde que se practicaba en todo el departamento de Caldas, con autores como Iván Cocherín y José Naranjo o por la literatura maldita existencialista de José Vélez Sáenz.

Los intelectuales mayores, los poetas y los lectores de la ciudad sabían de memoria Roby Nelson, al lado de los poemas de Julio Flórez, Guillermo Valencia, José Asunción Silva y Rafael Pombo. De hecho yo todavía sé de memoria apartes del poema sobre Los lánguidos camellos de Valencia y por supuesto de Roby Nelson de Arias Trujillo, que aprendí entonces.

No asustaba para nada en Manizales ese canto a un muchacho bonaerense de arrabal. Se le disfrutaba como un gran logro estético. Todos admirábamos a Rimbaud y Óscar Wilde. Los intelectuales de las generaciones anteriores tenían un gran culto por la poesía y solían aprender de memoria los poemas clásicos colombianos y del modernismo latinoamericano, y referirse a su libro diatriba "En carne viva" contra la clase política colombiana, o a su hedonista "Diccionario de emociones".

En el diario local LA PATRIA se hablaba con frecuencia sobre Arias Trujillo, o sea que siempre fue un clásico entre los columnistas cultos del periódico, que eran mayoría en ese entonces, en especial José Vélez Sáenz, Jorge Santander Arias, Danilo Cruz Vélez, Edgardo Salazar Santacoloma, Ebel Botero, algunos de los cuales pudieron coincidir jóvenes con Arias Trujillo.

Incluso se criticaba su exageración en el manejo de los adjetivos, el excesivo greco-quimbayismo de su prosa. Y francamente nadie se asustaba por el asunto de la homosexualidad del poema pues Óscar Wilde, modelo de Arias Trujillo, era un autor muy apreciado. Todos los adolescentes leíamos El retrato de Dorian Grey, El ruiseñor y la rosa y la Balada de la cárcel del Reading en la traduccion de Arias Trujillo y sabíamos de su pelea con Guillermo Valencia.

Manizales vivió a comienzos de siglo un espectacular auge económico por la exportación mundial del café y por su situación geográfica y después de los incendios en 1925 y 1926 por los dineros de las pólizas de seguros con los que se reconstruyó la ciudad con edificios republicanos art-déco y republicanos, construidos por arquitectos de renombre internacional. Aunque era predominantemente conservadora, el homosexualismo wildeano era ya muy común en esos tiempos y muchos poetas, intelectuales y artistas eran reconocidos homosexuales, que vivían su condición discretamente, pero no estaban solos.

Había intelectuales que hablaban claramente del asunto como Ebel Botero y Javier Arias Ramírez, entre otros. En mi adolescencia sabíamos todos que era una ciudad donde había homosexualidad y que había amplios círculos homosexuales. Había intelectuales mucho mayores que reivindicaban abiertamente su homosexualidad como Ebel Botero.

Y es normal, dada la gran presencia del catolicismo y la impronta de la Iglesia, cuyo mayor símbolo era la enorme catedral Catedral Primada. A lo que se agregan las taras patriarcales de la cultura antioqueña. El novelista manizaleño José Vélez Sáenz, otro escritor maldito, autor de Las llaves falsas y otros libros malditos de corte existencialista, abordó muy bien el tema de la droga y ese mundo infernal de la ciudad, que ha sido el tema de su narradores.

Y había además amplias zonas de tolerancia que reinaron durante décadas, destacando el carácter bipolar de una ciudad religiosa de día y pervertida de noche. Desde los años 30 las zonas de tolerancia se ampliaron al calor del tango y otras músicas populares. Por eso no es extraña la aparición en ese contexto de Arias Trujillo y mucho menos que hoy se ponga de moda en un mundo donde esos temas ya no son tabú para nadie.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Julio 15 de 2012.




jueves, 10 de julio de 2025

EDUARDO GÓMEZ ENTRE BERLÍN Y BOGOTÁ

Por Eduardo García Aguilar


Eduardo Gómez (1932-2022) fue uno de los grandes poetas colombianos del siglo XX, autor de una vasta obra poética, narrativa y ensayística y pilar de la cultura de entonces como profesor en la Universidad de los Andes y colaborador de instituciones editoriales o culturales colombianas, donde se desempeñó después de una larga estadía de estudios en Alemania.

Tuve la oportunidad de conocerlo cuando llegué a Bogota desde Manizales a iniciar mis estudios en la facultad de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia. Visitaba con frecuencia al gran ensayista Jaime Mejía Duque, paisano caldense que se desempeñaba como abogado en el ministerio de Trabajo y muchas veces coincidí ahí con su amigo Eduardo Gómez y luego salía con ellos a caminar por la séptima y a tomar café en alguno de esos sitios memorables de la capital, donde se reunían poetas, abogados y políticos.

Ambos eran abogados y escritores germanistas muy elegantes y refinados por sus larga estadía en Europa. Mejía Duque siempre estaba impecable de traje y corbata y sabía muy bien ocultar el brazo que le faltaba debido a un trágico accidente de infancia, orgulloso tal vez de hacer parte de la estirpe de los mancos literarios, al lado de Miguel de Cervantes Saavedra y Ramón del Valle Inclán.
    
Jaime Mejía Duque también había realizado estudios en Alemania y de allí la amistad que los unía a ambos, personas de izquierda  pertenecientes a la misma generación y que estaban en pleno apogeo de sus facultades, alrededor de su cuarentena. Fue una fortuna para mi, que tenía 18 años, poder compartir con ellos, leer sus libros y gozar de su amistad y generosidad. Con ambos tuve a lo largo de sus vidas una relación amistosa y cada vez que venía a Bogotá los visitaba y sosteníamos correspondencia en aquellos viejos tiempos de antes de internet, ordenadores y redes sociales.

Eduardo Gómez era más dandy. Lucía siempre un largo gabán negro alemán y a diferencia de Mejía Duque no solía llevar paraguas.  Había nacido en Miraflores, Boyacá, en el seno de una vieja familia de origen español y era alto de estatura, blanco, erguido, y a lo largo de las décadas seguía siendo el mismo personaje sin arrugas, que casi nonagenario era el mismo de siempre, por lo que yo bromeba diciéndole que había hecho un pacto como en el Fausto de Goethe, poblado por las astucias de Mefistófeles, para lograr la vida eterna.

De eso hablamos la última vez que lo vi cuando me invitó a almorzar en 2017 a su casa cerca de Teusaquillo, al lado del novelista Magil. Después seguimos con el mismo tema de Fausto cuando abordamos unn taxi para ir al centro y allí nos despedimos para siempre, aunque la verdad que no, pues sigo leyédolo con el mismo entusiasmo y sigo celebrando su gran talento, rigor e inteligencia.

Su primer libro de poesía, Restauraciópn de la palabra, fue publicado en 1969 y para mi fue una lectura importante que aun me nutre. Poemas excelentes, ágiles, modernos, sobre la vida en la urbe en una Colombia que entonces no se había hundido aun en otros abismos, pero que ya los había experimentado. Son poemas expresionistas, muy a tono con aquel mundo alemán de la posguerra que vivió y palpitó cuando hacía teatro con el Berliner Ensemble, recién apagadas las cenizas de la conflagración. Su poesía era implacable y sin miedos.

A ese libro siguieron El continente de los muertos (1975), Movimientos sinfónicos (1980), El viajero innumerable (1985), Historia baladesca de un poeta (1989) y Las claves secretas (1998), varios de ensayo  y una gran novela, La búsqueda insaciable (2013) , de la estirpe de las grandes que se escribían en Europa central en tiempos de Joseph Roth, Franz Kafka y Robert Musil. Eduardo Gómez es uno de los secretos mejor guardados de la literatura colombiana y latinoamericana y por eso hoy lo celebro.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 13 de julio de 2025. 




martes, 8 de julio de 2025

ENTREVISTA CON EDUARDO GARCIA AGUILAR. POR JORGE CONSUEGRA. Letrasylibros.com (2006)



1. ¿A qué edad escribiste el primer cuento?

Lo escribí a los 13 años, en tercero de bachillerato, y lo titulé "Los secretos del infierno". Un periodista joven iba a las profundidades del infierno en la siberiana ciudad de Yakutia, en Rusia, para entrevistar al diablo. Lo envié a un concurso de cuento intercolegiado y gané. Luego vino la ceremonia de premiación ante cientos de alumnos y subí al estrado en medio de los apalusos. El rector me entregó el premio: un libro de Hemingway con varios relatos, entre ellos "Las nieves de Kilimanjaro". Fue un instante inolvidable, pues no hay nada mejor que un escritor adolescente: allí la literatura vive su estado químicamente puro. Es el sueño infinito contra los despeñaderos. Y además me dio la oportunidad de conocer la obra de Ernest Hemingway, cuyos libros "El viejo y el mar" y "París era una fiesta" me encantan.


2. ¿Cuál fue el tema?


Un periodista novato e intrépido va al infierno para entrevistar al diablo y sale a la superficie en la ciudad siberiana de Yakutia. Sin duda había influencias del Mefistófeles del "Fausto" de Goethe, que acababa de leer en la edición juvenil de Sopena, y del cuento "A la diestra de dios padre" de Tomás Carrasquilla, uno de mis escritores colombianos preferidos. Al final el personaje publica su entrevista en las revistas Time y Life, se hace conocido en todo el mundo por la primicia y después del éxito se dispone a buscar en algún lugar del planeta a Jesucristo para entrevistarlo.


3. ¿Qué se hizo ese cuento?


Guardo el original con unas anotaciones en tinta roja de un maestro de literatura del Instituto Universitario que, me acuerdo, era un señor muy alto y flaco, quijotesco. Además de mi padre, que amaba la literatura y vivía rodeado de diccionarios, tuve muy buenos profesores de letras. Eran los que me defendían en los colegios de las autoridades y de los profesores de matemáticas, física y química que me consideraban peligroso e hicieron todo por aniquilarme. Para ellos un chico que sueña con ser escritor y no ingeniero, militar, abogado o médico es muy peligroso para la sociedad.


4. ¿Cuándo supiste que ibas a ser escritor?


Sin duda el día en que subí a recibir el premio. Me gustó esa sensación súbita y efímera del triunfo literario. En el camino del colegio a la casa con el libro del premio en la mano flotaba de emoción y orgullo. Llegué a casa y le conté a mi padre la noticia. Celebramos en familia. Ese día lo tengo muy claro, fue una revelación. Desde entonces no paro. El adolescente de ese día sigue aquí dentro. El estatuto de escritor adolescente es maravilloso e inquietante. Hay que seguirle siendo fiel, no traicionarlo.


5. ¿Cómo surgió el primer libro?


El primer libro publicado como tal fue "Cuaderno de sueños", una pequeña colección de cuentos, publicada en México por la editorial El Tucán de Virgina, en 1981, después de ganar el premio de cuento "Los otros editores". Pero el primer libro para mí fue la novela corta "Tierra de leones", de 1983, un libro más complejo, que sería el primero concluido después de mucho trabajo y dudas. Sin embargo, no hay que olvidar que antes, el adolescente del colegio escribió varios libros que nunca publicó por fortuna. Yo mismo los encuadernaba y repartía a los amigos, que a su vez escribían y encuadernaban libros llenos de poemas malditos.


6. ¿Cuales fueron esos libros?


El primer "libro" de esa etapa de "arqueología literaria" personal sería una novelita corta que escribí a los 14 años llamada "El castillo de Anthony Jeffes", redactada con el estilógrafo verde mi abuela en un cuaderno cuadriculado azul y que sin duda estaba influida por "El retrato de Dorian Grey" y las novelas de espanto. Después escribí dos o tres colecciones de poemas existencialistas, terribles, escatológicos, como para cortarse las venas o lanzarse al salto del Tequendama. Los nadaístas estaban de moda en ese entonces en Colombia y todos queríamos ser Rimbaud. Además había en Manizales un poeta rockero de 20 años, Wadis Echeverri Correa, que organizaba lecturas y agitaba poéticamente la ciudad. Eran los tiempos de "In a Gadda Da Vida" de Iron Butterfly y "Satisfaction" de los Rolling Stones, los tiempos maravillosos del Festival Internacional de Teatro que trajo a Neruda, Asturias, Grotowsky, Sábato, entre otros muchos. Pero de esa etapa del colegio, lo más "serio" fue un poemario nerudiano en el que trabajé con más intensidad cuando estaba en sexto de bachillerato, a los 17 años. Hay logros, pero demasiada influencia nerudiana y del latinoamericanismo en boga en esa época, que ensalzaba lo prehispánico, lo popular, las revoluciones, el pueblo. De todos modos esos libros fueron escritos con total entrega e intensidad. Lo repito: no hay nadie más puro que un escritor adolescente.


7. ¿Luego que pasó?


Después viví en Bogotá dos años y estudié en la Universidad Nacional, antes de irme para Francia. En ese ambiente establecí el contacto básico con la literatura nacional. Por ahí en 1973 conocí a compañeros generacionales como Sonia Truque y Juan Carlos Moyano, entre otros, que leíamos nuestros textos en el taller Punto Rojo de Arturo Alape e Isaías Peña Gutiérrez. Había unas fiestas fenomenales en casa de Rosita Jaramillo y Jaime Echeverry, que acababan de llegar de Argentina y aportaban modernidad a la literatura colombiana. Las fiestas inolvidables eran en su apartamento de las Torres de Pekín, donde siempre ha vivido Germán Espinosa.


8- ¿Y cuando te fuiste de Colombia?


Me fui en febrero de 1974. La Universidad Nacional estaba cerrada, el ambiente político era atroz. A Francia llegué con 20 años recién cumplidos y allí realicé mis estudios universitarios, amé, bebí, fui a cine, viajé y leí mucho. Fue una etapa de formación. Mucho más leer que escribir y gozar la literatura francesa, que es inagotable. Días y semanas enteras leyendo y delirando con Stendhal, Balzac, Flaubert, Proust... Madrugábamos a escuchar a Michel Foucault y a Roland Barthes en el Colegio de Francia. Después de Francia me fui a California, a Los Angeles y San Francisco, donde estuve un año y descubri "Lolita" de Nabokov". Un día tomé un avión desde San Francisco y llegué a México con ganas de escribir en la prensa de ese país y publicar mis libros. A la escritura allí de la novela "Tierra de leones", influida por "Lolita", siguieron "Bulevar de los héroes" y "El viaje triunfal", que hacen parte de una trilogía. Pero con el peso de García Márquez y el "boom" encima aplastándolo a uno como montañas de mármol, era muy difícil escribir. El ejemplo y el nivel de "Cien años de soledad" y "Rayuela" eran muy altos para emprender como hormiga la factura de una novela. Además estaban ahí Borges, Rulfo, Cortázar, Onetti, Fuentes, Lezama Lima, Alejo Carpentier, vivitos y coleando....


9. ¿Cómo ha sido la vida de todos los libros?


Yo le debo todo a los amigos mexicanos. Ellos me abrieron desde 1980 las puertas de los periódicos, me publicaron todos los libros, respondieron siempre con muchos textos críticos publicados en las secciones culturales de los diarios y las revistas, e hicieron la fiesta en cada presentación. De hecho hace poco presenté mi último libro "Animal sin tiempo" en México y hubo una fiesta fenomenal en casa de Santiago Espinosa de los Monteros, en la colonia Roma. Yo crecí como escritor entre la gente mexicana de mi generación, que tiene brillantes autores, intelectuales polígrafos sólidos que no van sólo tras el best-seller y el éxito fácil. Ellos han sido mis amigos e interlocutores. Cuando pasan por París siempre los veo y hablamos de ese océano que es la literatura mexicana de la que he aprendido tanto. Creo que a fin de cuentas soy un escritor mexicano. No se como agradecerle a ellos esa atención y esa complicidad literaria. Ahora, también agradezco a Francia por toda una vida aquí. Aquí hice mis estudios universitarios y trabajo. París es una ciudad que amo. Pero en lo que respecta a mis libros, todo se lo debo a México y a los mexicanos.


10. ¿Qué libro te graduó de escritor?


Me "gradué" como escritor en México con las tres novelas de la trilogía compuesta por "Tierra de leones", "Bulevar de los héroes" y "El viaje triunfal". "Bulevar de los héroes" ya salió en Estados Unidos en inglés con prólogo de Gregory Rabassa. "El viaje triunfal" está traducida al inglés y al bengalí, en Calcuta. Luego publiqué una cuarta novela en México, "Tequila coxis", tambien inédita en Colombia, que es un homenaje a la ciudad donde viví tantos años, el Distrito Federal, y a su literatura, a ese mundo del cine de la época de oro, el surrealismo, Tamara de Lempicka, las cantinas, María Felix, Tongolele, Ninón Sevilla, Cantinflas, Agustín Lara y Dámaso Pérez Prado, el famosos "rey del mambo". Cada novela es un reto muy fuerte y por eso creo que uno tiene que "graduarse" siempre con cada libro que escribe. Uno no se gradúa nunca como escritor. Es como el mito de Sísifo.


11. ¿Qué ha significado París para los escritores latinoamericanos?


Es una intensa relación que se remonta a más de dos siglos. Primero los escritores y héroes de las independencias, románticos, que pasaban por aquí y compartían la vida con los franceses. Luego todo el siglo XIX y, a fines de ese siglo, los autores modernistas encabezados por Rubén Darío que adoraban París y la literatura francesa finisecular. En nuestro caso José Asunción Silva se formó en París y tanto su novela "De Sobremesa" como su poesía están influidas por los escritores simbolistas y finiseculares. A todo lo largo del siglo XX esa amistad fue aún más intensa. Toda la generación de los años 20 y 30, con César Vallejo, Miguel Angel Asturias, Alfonso Reyes, Alejo Carpentier y otros muchos estableció puentes que siguen vivos y abrieron las puertas al éxito espectacular del "boom" latinoamericano que con Cortázar, Vargas LLosa y García Márquez vivió intensamente los años 50, la posguerra, el existencialismo y la liberación cultural de los años 60. Ahora somos muchos los latinoamericanos que estamos aquí, pero no se está viviendo el esplendor grupal de las tres generaciones antes mencionadas: la de Rubén Darío, la de Vallejo y Asturias y la de Julio Cortázar. El mundo es ahora mucho más moderno, hay muchos polos mundiales de interés nuevo que están viviendo una fuerte interactividad. París ya no es el mito o el lugar necesario que fue en el siglo XIX y en el XX. Ahora es el web. Estamos unidos por los blogs. De hecho el mío es http://www.egarciaguilar.blogspot.com/

sábado, 5 de julio de 2025

UN POETA ALEMÁN EN COLOMBIA

Por Eduardo García Aguilar


De repente, entre mis libros apareció un volumen bilingüe alemán-francés con una antología de poemas del poeta alemán Eric Arendt  (1903-1984), publicada en 1991 con el título Noche de cícladas por la editorial La Diferencia, en su colección Orfeo, dirigida en Francia por Claude Michel Cluny, quien editó en la parte final del siglo XX más de un centenar de autores de todo el mundo. 

Empecé a leer los textos sacados de varios de sus libros y quedé de inmediato fascinado a medida que proseguía la madrugada y bebía poco a poco algunas copas de vino para celebrar cada uno de sus textos, que son hallazgos. El traductor Marc Petit escogió poemas de varias de sus obras, entre ellas Egeo (1967), Paja de fuego (1973), Memento e imagen  (1976), Borde del tiempo (1978) y Fuera de los límites (1981).

Sus poemas son precisos, contundentes, herméticos, ágiles, modernos y tienen formas impecables que van directo al grano de lo inefable, lo inexplicable, hacia el misterio de lo efímero y la eternidad que él extrae de sus viajes a su amada Grecia y otros confines del mundo. 

Casi amanecí leyéndolo deslumbrado y al leer la introducción y las informaciones sobre su vida, descubrí con sorpresa que vivió una década en Colombia como tantos otros emigrantes alemanes que huyeron de los nazis o fueron nazis, como el antropólogo Gerardo Reichel-Dolmatoff.

Arendt y su esposa crearon una fábrica de chocolates y mientras ella dirigía la producción, el poeta se dedicaba a la comercialización en todo Colombia y a las exportaciones. De esa manera viajó por todo el país y se familizarizó con los colombianos y sus costumbres.  Y escribió Tolú, una colección de poemas colombianos, donde habla de Tolú, el Caribe, Chicoral y el machete, entre otras cosas, publicada en 1956.

Arendt nació en abril de 1903 en Neuruppin (Brandenburgo) de un padre portero de una escuela primaria y madre lavandera. Se graduó en 1923 a los 20 años como maestro y en Berlín se conectó desde temprano con la vanguardia literaria y publicó sus primeros poemas en la revista Der Sturm. Adhirió joven al Partido Comunista y luego a otros movimientos proletarios de extrema izquierda. 

Luego fue maestro de literatura y dibujo en Buchholz y Berlín y se casó en 1930 con Katia Hayek, de origen judío praguense y quien fue su compañera de aventuras literarias y vitales. Viajan primero a Suiza y después a Mallorca y en España viven la Guerra civil, donde él participa con los republicanos en la  27º división catalana.

Tras la derrota de los republicanos españoles Katia y él se refugian en Francia y luego emigran hacia el Caribe, desde donde se dirigen a Colombia, país en el que viven de 1941 a 1949. En 1950 regresa a Berlin Este y empieza año tras año a publicar la mayor parte de su obra, logrando pronto la consagración y el ser considerado como uno de los grandes poetas en lengua alemana. 

En 1952 obtiene  el Premio Nacional de poesía. Además  se convierte en el gran traductor de los poetas de España y América Latina, entre ellos Pablo Nerufda, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Manuel Hernández, Nicolás Guillén, Luis Cernuda, Cesar Vallejo, Luis de Góngora y el estadounidense Walt Whitman.

Vitalista, amante de lo popular y exquisito en la poesía, Eric Arendt fue una notable figura de la República Democrática Alemana, donde murió en Berlín oriental el 25 de septiembre de 1984, cinco años antes de la caída del Muro. 

Ahora después de esta sorpresa, queda rastrear la vida novelesca de Arendt en Colombia, su relación con los poetas latinoamericanos, colombianos y españoles, su paso por España y su vida final en la Alemania oriental en tiempos de la Guerra Fría. 
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Publicado en La  Patria. Manizales. Colombia. Domingo 6 de julio de 2025.
 








sábado, 28 de junio de 2025

EL FANTASMA DE SIMÓN BOLÍVAR


Por Eduardo García Aguilar

Desde hace dos siglos la figura de Simón Bolívar ha sido utilizada por casi todas la corrientes políticas como forma de reconocimiento y anclaje en un mítico pasado glorioso y todos los latinoamericanos hemos vivido marcados por su imagen de ídolo trágico. 

Sus estatuas idealizadas en plazas de ciudades y pueblos, los discursos interminables de políticos y escribidores en actos solemnes con himno nacional o sin él, las biografías pomposas o académicas, las crónicas de grandes escritores como José Martí y Porfirio Barba Jacob, nos han nutrido de palabras como si él fuese un pegaso, héroe mitad humano y mitad veloz corcel.

Desde hace décadas trabajo el lado de donde él vivió en sus dos estadías en París, en las calles Vivienne y Richelieu y con frecuencia paso frente a las placas que marcan aquellos instantes de su vida en esta ciudad, cuando era un joven viudo de la élite caraqueña que leía y hacía la fiesta al lado del parque del Palacio Real, centro de encuentro de libertinos dieciochescos de la Ilustración y jóvenes militares napoleónicos.

Bolívar dice que presenció en París la autocoronación del joven corso Napoleón y la leyenda cuenta de su encuentro probable con el sabio y espía alemán Humboldt, quien le habría dicho que no encontraba quien sería el que estaría dispuesto y tuviera la estatura para liberar las colonias americanas del yugo español, idea que germinó en la imaginación del joven aprendiz, amante de su vecina Fanny de Villars, lector, millonario y viajero que habría jurado en el monte Aventino de Roma liberar la región.

Las placas colocadas en los lugares donde vivió Bolivar aquí al lado de la sede de la Agencia France Presse, junto a la antigua Biblioteca Nacional de Francia, que sin duda frecuentaba el joven y futuro prócer, fueron instaladas por los estudiantes de la época de entreguerras del siglo XX, liderados entonces por el guatemalteco Miguel Angel Asturias, quien acababa de publicar Leyendas de Guatemala, primer best-seller latinoamercano de esos tiempos.

Asturias se reunía con Alfonso Reryes, Jorge Zalamea, César Vallejo, los hemanos peruanos García Calderón y otros muchos latinoamericanos que vivían y frecuentaban la bohemia de la ciudad en esos años de efervescencia intelectual, política, cultural y literaria, cuando despuntaban las fuerzas de las izquierdas bolcheviques y trotskistas, los idearios liberales, las derechas nazis y mussolinianas y otros más, antes de la deflagración brutal de la Segunda Guerra Mundial iniciada en 1939.

Y esos jóvenes entusiastas latinoamericanos rastrearon las huellas de Bolívar en París y colocaron las placas conmemortivas en los lugares donde vivió el joven Libertador. Mucho tiempo antes que ellos, a lo largo del siglo XIX, el mito del héroe fue creciendo e incluso personas como el llanero José Antonio Páez, que lo traicionaron en vida y lo ignoraron en la muerte, decidieron después iniciar el culto a sus huesos, trasladando sus restos desde la colombiana Santa Marta hasta Caracas, para usarlo como amuleto de legitimidad, tal y como hizo Hugo Chávez mucho tiempo después.

Es una delicia leer al propio Bolivar, rastrear sus cartas y proclamas, imaginar sus batallas y derrotas, leer tantos libros biográficos y académicos que se han escrito sobre su figura, desde los más rigurosos como los del historiador británico John Lynch hasta otros deliciosos como los de los colombianos Germán Arciniegas e Indalecio Liévano Aguirre y el liberal republicano español Salvador Madariaga.
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Los coleccionistas de reliquias conservan espadas, kepis, charreteras, cartas, mechones de pelo, corazones y cerebros en formol de Napoleón y Bolívar y los guardan como amuletos. Y en pleno siglo XXI aun se invocan para apuntalar idearios opuestos y contradictorios. Bolívar es un  fetiche multiusos, pues nunca sabremos lo que pensaría de verdad hoy en este veloz siglo XXI ni cuales serían sus posiciones. Murió joven y fue el mito de los románticos del siglo XIX como el Che de los idealistas de la segunda mitad del siglo XX. A falta de nuevos héroes, su momia sigue viva.  
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Publicado el domingo en  La Patria. Manizales. Colombia. 29 de junio de 2025.