lunes, 27 de octubre de 2025

EL ROBO DE LAS JOYAS DEL LOUVRE

Por Eduardo García Aguilar

El pasado domingo, temprano en la mañana, se realizó en el Museo del Louvre uno de los más espectaculares robos a la luz del día con el uso de un montacargas, por donde los bandidos accedieron a las ventanas con vista al río Sena, las rompieron, e ingresaron al salón donde estaban las joyas de la corona del Segundo imperio napoleónico, especialmente las de la Emperatriz Eugenia, de origen español, popular esposa de Luis Napoleón Bonaparte.

Los salones dedicados al Segundo Imperio (1852-1870) son esplendorosos y al visitarlos uno viaja a la opulencia de aquella época en que Francia vivió uno de sus momentos más poderosos durante tres décadas de progreso e influencia política y económica mundial, a lo que se aunaba la efervescencia cultural vivida bajo la impronta de Baudelaire, Victor Hugo, Emile Zola, Manet, la Condesa Castiglione, Cézane, Degas, Nadar, Chopin, entre otros muchos de los grandes artistas y músicos y el auge de la fotografía y otras técnicas modernas.

Trabajo desde hace tiempo a tres cuadras del museo y casi todos los días cruzo el Puente de las Artes sobre al Sena a pie para dirigirme al trabajo, pasando por el Patio cuadrado, obra maravillosa del siglo XVII, en una de cuyas alas se encuentran los salones donde ocurrió el atraco.

Cuantas veces estuve ahí me asombré porque todos los muebles, objetos y salones reproducen el ambiente donde gobernó Luis Napoléón, personaje muy interesante, sobrino del gran Napoleón, quien llegó al poder por elecciones republicanas en 1851 y fue el primer presidente francés, antes de dar al año siguiente un golpe de Estado para restaurar el imperio napoleónico en 1852.

Durante su reino se desarrollaron los ferrocarriles y múltiples obras públicas de modernización, pero en especial se impulsó la fiesta y las celebraciones se sucedían todo el año en una París radiante, florecida por el auge del teatro o la construcción de la Opera Garnier.

A un lado la insaciable élite aristocrática napoleónica y la burguesía ascendente y todopoderosa y al otro el pueblo, los obreros, los campesinos y la plebe explotada hasta el cansancio, lo que dio lugar a un proceso de rebelión ascendente que culminó con la famosa revolución  de la Comuna de París, el incendio de un ala del Louvre por los rebeldes, la masacre generalizada de los comuneros y después la derrota ante Prusia y el exilio del odiado Emperador, pues durante su mandato reprimió de manera implacable a la oposición mientras se hacía la fiesta en los salones y los palacios. Después de su derrota terminó para siempre la monarquía y empezó a reinar la República.

De todas maneras en esas tres décadcas el país se modernizó y avanzó en tecnología, ciencias, arte y pensamiento, y se dio en ese periodo un gran auge editorial y periodístico. También progresaron las múltiples ciudades de provincia. Todo ese mundo se puede cotejar en las grandes novelas y obras teatrales de ese tiempo y verse en las fotografías.

El robo de las joyas de la corona nos recuerda los grandes relatos sobre bandidos célebres y la leyenda en torno a obras de arte y joyas robadas con astucia y osadía. El hecho causó conmoción en un país que vive una grave crisis política y económica, donde muchos se preocupan por la decadencia de su cultura y la debilidad nacional ante el caos europeo y las agresiones del imperio estadounidense y otras potencias, que quisieran dominar a un continente donde los fantasmas de la guerra son recurrentes.

---

Publicado en La Patria.Manizales. Colombia. Domingo  26 de octu
bre de 2025.




sábado, 18 de octubre de 2025

PARA LEER TEQUILA COXIS



Por Eugenia Sánchez Nieto


 "El Mundo Se Mueve por el Deseo”



El escritor, Eduardo García Aguilar lleva más de 30 años fuera del país con esporádicas visitas a Colombia, por eso resulta muy interesante escuchar sus opiniones, pues esa distancia le permite ser muy libre, no esta sujeto a ningún grupo Colombiano ni le debe favores a nadie. Este dialogo gira principalmente alrededor de su última novela publicada en México, Tequila Coxis (Editorial Colibrí, Julio 2003)
Esta entrevista está publicada en la revista Puesto de Combate No.76 de 2010, que dirige Milciades Arévalo.

                                                                                                                           ESánchezNieto


Eduardo García Aguilar. Manizales (1953). Narrador, poeta y ensayista. Estudió en la Universidad Nacional de Colombia y en la Universidad de Vincennes (Paris VIII). Vivió en Estados Unidos y en México. Actualmente reside en París. Entre otros libros, ha publicado en México las novelas Tierra de leones (1986), Bulevar de los héroes (1987), El viaje triunfal (1993) y Tequila Coxis (2003), así como Urbes luminosas (relatos, 1991), Llanto de la espada (poemas, 1992), Animal sin tiempo (poemas, 2006), Celebraciones y otros fantasmas: Una biografía intelectual de Álvaro Mutis (1993), Delirio de San Cristóbal. Manifiesto para una generación desencantada (1998) y Voltaire, el festín de la inteligencia (2005). Libros suyos han sido traducidos al inglés, francés y bengalí.


1 -(ESN) En tu última novela “Tequila Coxis” hay una gran reivindicación al amor, la pasión que los personajes sienten casi hasta el borde del crimen por amor. ¿Siguen existiendo en la vida cotidiana esas pasiones casi de novela?


El mundo se mueve por el deseo. Todos tratan de conjurar la soledad y caen en el espejismo de la posibilidad del encuentro, cuando por lo regular sólo somos soledades, silencios, que se rozan. Tequila Coxis es un canto de amor y odio a la Ciudad de México, metrópoli de 20 millones de habitantes donde viví con profunda intensidad más de tres lustros. Y allí todos esos seres de la urbe se cruzan, se tocan, se desean, se separan, se encuentran en los hoteles de paso a donde acuden los amantes, las esposas aburridas, los maridos hastiados, los devorados por el deseo inextinguible. Por eso Tequila es una novela de deseo más que de amor, una novela mucho más de pasión que de cortejo clásico. Una incursión en el mundo de los libertinos, los ilegítimos que viven la usura de sus cuerpos. O sea que Tequila coxis puede ser una novela metropolitana, de amor, sexo, alcohol y crimen. Una novela de carne y hueso. También una novela cinematográfica donde la época de oro del cine de oro mexicano, o sea el cine de los tiempos del Indio Fernández, Dolores del Río, Agustín Lara y María Félix está muy presente y guía en cierta forma la acción.


2 - Igual que en la vida diaria, tu personaje Porfirio Antúnez no es acusado del crimen que ha cometido y continúa tranquilamente su vida delirante. ¿Qué opinas frente a esta realidad bárbara, donde principalmente los hombres asesinan a sus mujeres por celos y generalmente no son castigados aduciendo “estados de intenso dolor y locura”?


Tequila también puede ser una novela negra, en cierta forma policiaca, una novela de crónica judicial. El hijo indaga por las circunstancias de la muerte de su madre, la actriz de la época de oro del cine mexicano y en su averiguación libre va descubriendo la ciudad y vive él mismo la pasión y se enreda en las redes del deseo. México es un país tanático. Para empezar, en el Templo Mayor los aztecas arrancaban los corazones de los derrotados y a los efebos para ofrendarlos a los dioses y la sangre corría por las escalinatas de las pirámides. Todo el siglo XIX fue un siglo de terrible violencia, ejecuciones, crímenes, muertes, ahorcados, fusilamientos. Y la Revolución Mexicana fue una guerra a muerte con miles de colgados y acribillados. Hoy con las guerras del narcotráfico, la corrupción policiaca y las muertes de Ciudad Juárez, México sigue esa tradición tanática que se ve en las calaveras de dulce y en los ataúdes de chocolate que se venden en los puestos de golosinas y que niños y adultos comen con delectación. La calavera de azúcar y de chocolate es una metáfora perfecta para el mundo mexicano y mi novela se inscribe en esa atmósfera. No es extraño que los asesinos, los criminales, anden sueltos. En las cárceles sólo están los ladrones de gallinas.


3- Tus personajes femeninos son libertarios, transgresores, críticos. En hora buena haces una gran reivindicación a la mujer. ¿De dónde procede ese interés y admiración?


Nuestra generación vivió de lleno al irrumpir a la vida adulta en los años 70 los cambios provocados por el hipismo del Peace and Love generado por la guerra de Vietnam y el movimiento de mayo del 68 en todo el mundo. Somos el fruto de la irrupción del rock, la libertad sexual, el amor libre, la emancipación femenina y la liberación gay y lesbiana. Además fuimos devastados por la aparición del sida. Por primera vez la juventud de las urbes rompió con la tradición religiosa y la hipocresía de las buenas costumbres. Fue un fulgor libertario, porque curiosamente la reacción ha vuelto al mundo y en muchas partes las sectas, las religiones y el moralismo conservador de Estados Unidos o el fundamentalismo islámico, con el matrimonio religioso, las bodas, la prohibición del aborto, han regresado para tratar de imponerse. Las nuevas generaciones han vuelto a cierto statu quo. Nosotros quedamos como unas aves raras. Viví todo eso en la Francia de los 70 y posteriormente en otros lugares del mundo, en especial la fuerza de la mujer que ha adquirido poco a poco el poder. La mujer tiene una gran fuerza para sobrevivir al abuso y al dolor y es la matriz y el centro de la sobrevivencia de la humanidad. Es la que organiza las fiestas a los niños, la que los alimenta, la que gerencia la casa, la que ha administrado a través de los milenios la cocina y no la deja derrumbarse, y ahora además cumple doble labor, en el trabajo y en la casa. En otras esferas quiere ahora también concentrar el poder económico y político, además del sexual. Tal vez nosotros los hombres, futuros zánganos de la sociedad, ya somos ahora el sexo débil.


4- Cuéntanos sobre el homenaje que haces con tu “Tequila Coxis” a Malcolm Lowry


Está muy presente Bajo el Volcán de Malcolm Lowry, novela alcohólica por excelencia y de pasión destructora. El personaje del cónsul se hunde después de la separación y el abandono de la mujer que ama en el delirio que le procura el mezcal y desde su óptica vive la caída al barranco. La novela de Lowry es una de las más grandes novelas de todos los tiempos. Se desarrolla en unos años caóticos todavía marcados por los efectos de la Revolución Mexicana y transcurre gran parte en Cuernavaca, en el estado de Morelos, en la zona de donde eran originarios Zapata y sus huestes. Por supuesto fui muchas veces a esa ciudad y alcancé a ver las calles y los edificios que figuran en esa obra, como el crucial Casino de la Selva, ya desaparecido, un balneario típico de los años 30. Bajo el volcán es una novela muy compleja que se lee en capas concéntricas y a la que hay que ingresar por medio de un proceso casi iniciático. El novelista la trabajó toda la vida; diríamos que esa obra es el centro de su vida y lo mató o murió por ella. Otro aspecto es que es una novela mexicana escrita por un extranjero. Anglosajones y europeos como Lowry, D. H Lawrence en La serpiente emplumada o Bruno Traven, entre otros, han tratado de desentrañar el misterio mexicano. Tequila coxis es el fruto de la osadía de abordar ese país extraordinario. En mi caso, concentrado en la Ciudad de México que es la que conozco a fondo. Era un reto que yo quería enfrentar como Perseo y la hidra. Fue difícil, pero lo hice. Ese combate novelístico fue una de mis mejores experiencias literarias.


5- ¿Cuáles son los ejes sobre los que gira principalmente tu escritura delirante, desbordada y llena de fuerza, de tu Tequila Coxis?


La novela es vida, como en el caso de Bajo el volcán. Y además de vida, significa enfrentar un reto formal. Una novela sobre México debe ser una inmersión profunda en ciertos ritmos de la palabra que surgen del sincretismo de la lengua en varias capas arqueológicas presentes: los idiomas prehispánicos que se filtran a través de los siglos en la lengua contemporánea y crean una gramática especial; el lenguaje colonial; la dispersión del mismo ocurrida en los siglos XIX y XX con presencias extranjeras, en especial la de Estados Unidos, que devoró México y a su vez está siendo devorado por México. El instrumento más visible de esas canibalizaciones mutuas es la lengua y en este cuerpo novelístico quise jugar a fondo con esos matices desde un tejido neutro, no necesariamente coloquial o costumbrista.


6- México se nos aparece como una gran ciudad, como un gran animal que no duerme y en cualquier momento da el gran zarpazo, ciudad llena de lugares asombrosos o siniestros. ¿Cómo fue tu larga experiencia ahora que vives en Paris te hace falta? ¿Tequila Coxis es tu gran declaración de amor a ciudad de México?


Viví tres lustros en la Ciudad de México, que han sido claves en mi vida. Yo llegué allí después de haber estudiado y vivido en Francia casi seis años y tras una temporada en San Francisco, en California, donde conocí al chicano, al pachuco, otro lado del mexicano emigrado e instalado en Estados Unidos desde hace varias generaciones que produce novedosos sincretismos culturales. Allí sentí la necesidad de irme a vivir a México con la finalidad de escribir y publicar allí. Tuve la fortuna de crecer como escritor al lado de los miembros de mi generación en México, de compartir con ellos. Y México fue generoso conmigo. Recién llegado obtuve la beca INBA-FONAPAS, tuve columna semanal en Excélsior, escribí en muchas revistas, estuve en la redacción de Unomásuno y muy cerca al famoso suplemento sábado y publique allí todos mis libros. En cierta medida soy un escritor mexicano y me siento a veces más mexicano que colombiano en estos momentos, pero eso es un asunto íntimo, porque para los mexicanos soy un colombiano, soy un extranjero, y les tengo que pedir visa para ir allá. Tengo afecto por México y México me hace falta. Es una cuestión de piel, un asunto culinario, de olores, sabores, de vegetación, de cuerpos, de gente. Amo ese país, todos sus estados, como Oaxaca, Chiapas, Michoacán, Veracruz, el norte, sus playas, sus montañas, tan bien descritos en el Ulises Criollo de José Vasconcelos. Pero en un momento dado sentí la necesidad de regresar a París para escapar a la oficialización literaria. Mucha gente se sorprendió porque me fui de México, pero era necesario. En París el escritor es anónimo, apátrida, a salvo de las famas locales y todas esas oficilializaciones que tanto dañan al artista latinoamericano, que es tan solemne. En América Latina los autores se vuelven estatuas vanidosas, animadas por un culto ingenuo del escritor como si fuera un ser superior. Son remanencias del siglo XIX.


7- ¿Después de vivir tantos años en Paris, has pensado en hacer una novela sobre esa hermosa ciudad?


Sí, es un sueño algún día lograr contar una historia parisina de mis tiempos, aunque es una de las ciudades más contadas, tanto por franceses como extranjeros. Y de América Latina tenemos ya a la inolvidable Rayuela de Julio Cortázar. ¿Como contar otro París? Es un reto. Algún día saldrá algo, si es que debe salir. En preparación he venido trabajando en crónicas instantáneas de París en esta primera década del siglo, ya tengo casi cien en un libro que se llama Paris Express. París es tan entrañable para mí como México. O sea que estoy atrapado entre varias ciudades que amo y hacen parte de mí ser. Me encanta leer novela parisina, como las escritas por el excelente novelista Patrick Modiano, por ejemplo. Y hacia atrás, no olvidemos Nadja de André Bretón y los delirios parisinos de Proust o Céline.


8- Has publicado 4 novelas, 3 libros de poesía, 3 de ensayo e innumerables crónicas, reportajes, textos críticos y literarios, has sido traducido a otros idiomas. ¿Te sientes satisfecho con tu trabajo literario?


Toda mi vida ha estado centrada en la literatura y la he vivido intensamente. A lo largo del tiempo he podido expresarme a través de distintos géneros como la poesía, el ensayo y la ficción. Esa ha sido mi vida. Lo que uno escribe hace parte de su carne, de su cuerpo, de su rostro. Uno es la literatura en sus abismos y en sus cumbres. Es una fortuna vivir dentro de la literatura, así sin más. No me gusta encasillarme en un género específico y tampoco quiero ser un escritor profesional. Me basta con vivir la literatura y ejercer el placer de leer en permanencia. De mis libros me gusta que estén siendo traducidos y publicados en inglés en bellas ediciones muy cuidadas como las de El viaje triunfal y Urbes luminosas. Es curioso ver como los libros tienen su propia y azarosa vida. Incluso me parece curioso que El viaje triunfal fue traducido en Calcuta al bengalí, es algo muy extraño. De poesía me gusta Animal sin tiempo. Ahí trato de conversar con la poesía latinoamericana del siglo XX. Y tengo debilidad por Bulevar de los héroes, mi segunda novela, publicada en México y en Estados Unidos con prólogo de Gregory Rabassa, pero inédita en Colombia. Es una alegoría sobre la rebelión permanente en Colombia en la que hay una fuerza especial en el lenguaje. La escribí en México en un momento muy especial, cuando uno vive la literatura como una utopía. Con esos libros ya es suficiente. Lo que tenía que decir ya lo dije. A mi no me gusta escribir por escribir. Tiene que haber una fuerza devastadora, interior, que me lleve a emprender un nuevo libro.


9- ¿Qué piensas del reconocimiento y propaganda para con algunos escritores que no son tan buenos como los hacen ver, mientras que otros como el caso tuyo, en Colombia muy poco se les lee y no se les da la merecida importancia?

Creo que todos los autores tenemos nuestro cuarto de hora y también bebemos todos tarde o temprano la dosis del olvido. Además hay una proliferación tan extraordinaria de escritores en el mundo que no hay espacio para todos en las editoriales. Algunos tienen suerte y cuentan con un gran aparato nacional o editorial que los apoya y los promociona y otros tal vez por timidez o rebeldía quedan fuera del juego, pero nadie les puede quitar a esos anónimos o esos olvidados el placer de leer y escribir y gozar el arte en la soledad o el anonimato. En Colombia creo que los principales escritores son los menos conocidos, porque domina una literatura autobiográfica, de escándalo que agencia los vicios y taras de un país arcaico, autoritario y al público actual no le interesa más que eso. La literatura verdadera circula sólo en catacumbas, casi clandestina.
Cuando uno se dedica a la literatura en la adolescencia lo hace por utopía, no para hacerse famoso o millonario o ser recibido con venias en las embajadas y en los ministerios. Nuestros modelos eran Rimbaud, Dostoievsky, Kafka, Silva. Si uno se convierte en un “escritor nacional” u “oficial”, pues cuenta con la propaganda y los aplausos, las recepciones en embajadas, las condecoraciones, los honoris causa en serie y se convierte en una vertiente del político. Pero yo estoy más del lado de los escritores malditos como Rimbaud, Poe, Verlaine, Artaud. Viéndolo bien, salvo contadas excepciones, los autotes que más nos llenan han sido por lo regular malditos, suicidas, alcohólicos, locos, arruinados, exiliados, perseguidos, personajes como Kafka o Proust que solo fueron realmente conocidos después de la muerte.
Claro que hay grandes escritores nacionales como Víctor Hugo y las grandes vedettes oficiales latinoamericanas, gordas como batracios, Asturias, Neruda, Paz, que vivieron la gloria y los llevaron al Panteón de los hombres ilustres en vida porque detrás de ellos había partidos políticos o gobiernos y además eran diplomáticos que medraban en las esferas de poder, pero la mayoría de los grandes poetas, artistas y novelistas de todos los tiempos fueron muy infelices, seres marginados, problemáticos, rebeldes. Por ejemplo Nerval, Rimbaud, Lezama Lima, José María Arguedas, Ana Ajamatova, Paul Celan, tantas mujeres y hombres suicidas, otros internados en manicomios, presos. Los escritores oficiales y millonarios, gordos y satisfechos de sí mismos, los escritores de corte y embajadas interesan poco.



10- ¿Después de vivir más de 30 años fuera del país con esporádicas visitas que radiografía haces del país político y literario?

Llevo tanto tiempo fuera y me fui tan joven de Colombia, que soy casi un extranjero. Es un país que ha cambiado mucho y creo que para mal. La gente es mas fría, egoísta, competitiva, aunque trata de conjurar todo con la fiesta y el ruido para ahogar ahí ese profundo mal colombiano. Hay amargura, soledad, arribismo. El país se ha militarizado y derechizado por medio de un fenomenal lavado de cerebro. Tantas generaciones de jóvenes en el ejército y en la lucha por la vida en las condiciones que han impuesto la oligarquía han cambiado al pobre colombiano, que es un esclavo resignado, como si vivieran el Síndrome de Estocolmo y no pudieran vivir sin el tirano, sin la oligarquía, sin el traqueto. Estos últimos ocho años en el país han sido de los más terribles de la historia. Los paramilitares tomaron el poder. Un país domesticado por tenebrosos bandidos de cuello blanco y por un caudillo incluso más atrasado que cualquier dictadorzuelo decimonónico latinoamericano que reza en las mañanas y mata en las tardes. Hay un gran deseo de cambio en los jóvenes y en muchos sectores, pero las fuerzas del dinero y el mal son muy poderosas y no están dispuestas a ceder el poder. Y el país literario actual es un reflejo de ese país domesticado por el caudillo y sus sicarios. Domina la literatura paisa, fácil, autobiográfica y de escándalo que agencia conceptos de los tiempos incluso anteriores a Vargas Vila y Tomás Carrasquilla. La literatura colombiana de hoy es una literatura para asustar monjitas, que de paso ya ni se asustan. Hemos retrocedido a antes de los tiempos de la revista Mito. Ahora domina el costumbrismo paisa con una prosa infecta que mezcla a Cosiaca, Montecristo y monseñor Builes. Es un cóctel realmente repugnante. Los paisas, con sus sermones de sacristía, acabaron con la literatura colombiana.
De Colombia me gustan Silva, Osorio Lizarazo, Jorge Zalamea, Hernando Téllez, Gómez Valderrama, Alvaro Mutis, Fernando Charry Lara y otros escritores de la generación de Mito y la vasta generación de narradores polígrafos posteriores, post-macondianos, activos en los años 70, 80 y 90, que hoy la literatura costumbrista paisa ha enterrado en las fosas comunes del olvido. Hablo de Cruz Kronfly, Moreno Durán, Ruiz Gómez, Cano Gaviria, Burgos Cantor; entre otros muchos autores muy inteligentes de esa generación perdida que deberíamos volver a descubrir y rescatar.



11- ¿Cuál es el escritor que más profundamente te ha emocionado?

Muchos. Como toda la vida me la he pasado leyendo tendría que revisar con calma los placeres y los disfrutes de muchas lecturas inolvidables. Adolescente en Manizales gocé mucho la lectura de los rusos, Dostoievsky, Gogol, Turgueniev, Tolstoi, y descubrí autores como Whitman, Lorca, Kafka, Neruda. Fue una larga experiencia iniciática con lecturas de los grandes clásicos griegos como Sófocles, Esquilo y Eurípides, y europeos como Goethe y su inolvidable Fausto. Antes de terminar bachillerato, cuando estudiaba francés en al Alianza Francesa, me impresionó mucho un libro de Sartre, Les mots (Las palabras). Otro descubrimiento que recuerdo fue Retrato de un artista adolescente de James Joyce. Después he disfrutado ampliamente la lectura de la gran novela francesa con Stendhal, Balzac, Flaubert, Proust, Céline y los prosistas franceses de todos los tiempos con Rousseau, Casanova, Voltaire, Retz, Saint Simon, Chateaubriand, la novela libertina del siglo XVIII. En otras etapas de mi vida he disfrutado la gran novela norteamericana de la primera mitad del siglo XX con Dos Passos, Scott Fitzgerald y Truman Capote o la gran novela austrohúngara. Pero mis lecturas más entrañables son la poesía y la historia. La gran poesía latinoamericana del siglo XX me encanta y me acompaña como la verdadera vanguardia de la literatura continental.


12- ¿Qué es lo que más deseas en la vida?

Vivo con mucha intensidad esos instantes de plena vida, cuando hay atardeceres muy bellos o el sol recorre todo y cubre con su luz la naturaleza, los espacios, los paisajes, los ríos, el, mar, la montaña. Es una delicia saber que está uno vivo en el mundo. También percibir la belleza corporal humana que se desborda por las calles de los pueblos y ciudades. Disfrutar los cuerpos. En fin, acariciar un gato, ver pasar la gente por las plazas. Pero también hay que vivir intensamente el dolor de ver la pobreza, la injusticia, la indefensión de los débiles. ¿Qué es lo que más deseo en la vida? Tener la certeza de que no he sido corrupto, ni vendido, ni traidor ni áulico de poderosos. Ser independiente y andar por el mundo hasta el fin palpitando de alegría de estar vivo hasta que sea posible. Escuchar, leer, ser buen amigo, ser afectuoso con los seres queridos.


13- ¿Tienes alguna esperanza de que algún día, el mundo sea menos bárbaro y más justo y solidario?

Soy muy pesimista. No creo que el hombre logre implantar en la tierra un sistema justo. La violencia, el odio, la competencia, la envidia, el abuso del débil, la ambición de acumular riquezas y dominar a los otros parecen asuntos inherentes al hombre desde siempre. Pero el papel de los humanistas es rebelarse, estar siempre contra la corriente, molestando a los poderosos y sus lacayos. Por eso es muy importante que el escritor sea independiente de los poderes, incluso de aquellos gobiernos o políticos con los que simpatice. De la misma forma que uno debe oponerse a las atrocidades de los gobiernos de derecha y ultraderecha, también debe uno rebelarse con los abusos de quienes se han reclamado de la izquierda y del proletariado y han creado gulags espantosos en Rusia, Camboya, Corea del Norte o Cuba, donde domina desde hace medio siglo una casta familiar autoritaria. Han utilizado el poder para arribar, corromperse, venderse. Es mejor estar contra los poderosos, no importa si uno muere pobre, solo y olvidado. Huyamos de los honores y las condecoraciones, huyamos de los aplausos. Seamos lo más independientes posible.





jueves, 16 de octubre de 2025

BITÁCORA DE LAS RUTAS DE IFIGENIA

 Por Eduardo García Aguilar


La editoral Uniediciones en su colección Ladrones del tiempo, dirigida por el escritor francés Stéphane Chaumet, publicó en el marco de la pasada Feria del libro de Bogotá la novela Las rutas de Ifigenia, quinta en la lista personal y sobre cuya escritura quisiera hacer una pequeña recapitulación, ahora que aparecerá en el otoño de 2020 en inglés, traducida por Jay Miskowiec y publicada por Aliform Publishing, pues cada libro tiene su propia historia accidentada desde que aparece el embrión de la historia, crece y se modifica con el tiempo hasta concretarse y nacer.
La historia de una Ifigenia colombiana ya había tenido vagos bocetos anteriores cuando emprendía en México la escritura de El viaje triunfal (1993), pero otros libros se atravesaron en el camino y la temática quedó engavetada hasta que la rescaté hace unos años.
Como suele ocurrir en la mayoría de los autores desde los tiempos de Sófocles y Esquilo, las historias surgen de la infancia y la adolescencia y del descubrimiento y el sufrimiento del mundo en campos, pueblos o ciudades donde transcurrieron los primeros años de la vida y que son el microcosmos de toda existencia cargada de alegrías, dramas, guerras, injusticias y tragedias sin fin. En cada lugar por enorme o pequeño que sea se encuentran estructuras esenciales como son familia, religión, escuela, manicomio, cárcel, poder, ejército, policía, oficios y artes, viaje, exilio, amistad, amor y muerte, entre otros muchos aspectos.
Todas las vidas de los habitantes de ese microcosmos esencial son atrapadas y trituradas por estructuras que son como un caleidoscopio centrífugo de existencias y cada vida sigue por caminos inescrutables e impredecibles, unos hacia el auge y la caída ineluctable, otros a la desaparición prematura o la lejana senectud. Padres e hijos, familiares, amigos siguen diversas rutas, que son la dinámica básica de la que se han nutrido las historias de los libros de ficción de todos los tiempos. Es lo que se cuenta en La montaña mágica de Thomas Mann, La marcha de Radetsky de Joseph Roth o en Los ríos profundos de José María Arguedas.
En esas canteras vitales los autores tratamos de reconstruir en un momento dado el pasado, escrutar los destinos de nuestros ancestros o los contemporáneos y las taras y miserias que marcan la historia de la región o el país de donde somos originarios. Unas veces los autores crean para tomar distancia países o ciudades imaginarias y otros por el contrario deciden nombrar todas las cosas por su nombre. El reto es tratar de enfocar la cámara a un segmento caracterizado por la unidad de lugar y de tiempo, donde podamos ver como en el microscopio la evolución de los microorganismos.
En este caso quería volver a contar a mi ciudad Manizales tal y como ha sido con sus calles, paisajes y edificios emblemáticos, casonas centenarias, sin olvidar la vegetación que la rodea, los aguaceros y las nieblas y la vida de unos adolescentes que despuntaron al mundo en una época muy especial, la de los últimos dos años de la década de los 60 del siglo pasado, cuando la humanidad llegó a la Luna en julio de 1969, hace medio siglo, un acontecimiento que sacudió al mundo y aun sigue vigente. Se abría entonces una nueva era que desquiciaba las sólidas tradiciones familiares del patriarcado y liberaba las fuerzas de los jóvenes en medio de una desbordada liberación sexual, despego de las religiones y poderes establecidos, y deseos de cambio radical en el marco de la Guerra fría, lo que llevó a muchos a lanzarse como mártires en aventuras armadas y subversivas, inspirados en figuras crísticas como el padre Camilo Torres y el Che Guevara.
Apenas unos lustros antes Colombia había salido de otro terrible episodio de la Violencia entre liberales y conservadores, pero de nuevo los tambores de la guerra volvían a sonar. Ante el estupor de los viejos progenitores involucrados en la guerra reciente, la trituradora de la historia llevó entonces a la tragedia a miles de jóvenes de las clases medias o bajas, unos en el remolino del rock, la salsa, las drogas y la liberación desenfrenada de los cuerpos, otros en la búsqueda del arte, el teatro y la poesía o en la delincuencia, y otros a morir o perderse en el deseo del martirio por una causa imposible, manipulados por fuerzas mundiales que los sobrepasaban y que no comprendían.
Muchos jóvenes se perdieron, se sacrificaron, se malograron, enloquecieron, suicidaron, murieron, fueron ejecutados y triturados causando el llanto de los progenitores como en las tragedias griegas. El choque fue frontal entre padres e hijos, entre autoridades e instituciones y las nuevas generaciones, como siempre ocurre en los intersticios de las épocas conflictivas que surgen tras relativos tiempos de estabilidad. La guerra vivida y sufrida por los mayores en los años 40 y 50, cuyo punto crucial fue el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y el Bogotazo de 1948, aplastaba simbólicamente los destinos de los jóvenes y la historia volvía a repetirse. Los viejos líderes políticos que polarizaron el país con sus discursos incendiarios y causaron esa guerra seguían como fantasmas o vampiros chupando desde ultratumba el alma de las nuevas generaciones.
En Las rutas de Ifigenia orienté el microscopio de la escritura a esas vidas en flor de ambos sexos que surgían al mundo en medio de esas máquinas trituradoras de culturas, costumbres e instituciones, cuando unos querían el rock, salsa, droga y fiesta y otros la revolución y cuando llegaban a la ciudad todas las tentaciones en el marco del los primeros Festivales de teatro universitario, a los que asistieron figuras como Pablo Neruda, Miguel Angel Asturias y Ernesto Sábato, entre otras vacas sagradas de la literatura latinoamericana y el teatro mundial.
Uno siempre vuelve a la adolescencia y a la ciudad natal como los insectos que vuelan en torno al foco de luz a riesgo de quemarse. Antes había escrito Tierra de leones (1983), sobre el periplo imaginario de Leonardo Quijano, loco esencial de Manizales, malogrado en otros tiempos de conflicto, a la que siguió Bulevar de los héroes (1986), inspirada en parte en la vida imaginaria de otro destino malogrado, el pantagruélico médico Tulio Bayer, quien murió en el exilio en París, y luego El viaje triunfal (1993), sobre el periplo de un poeta imaginario modernista y vanguardista, Arnaldo Faría Utrillo, quien después de dar la vuelta al mundo en la primera mitad del siglo XX regresaba a morir en la ciudad en los tiempos del nadaísmo.
Con Tequila coxis (2003) me sumergí para variar en el vientre de la Ciudad de México, donde viví mas de tres lustros, a través de la búsqueda de un joven que va tras los rastros de su madre, una malograda actriz colombiana de los tiempos del cine de oro mexicano, pero con Las rutas de Ifigenia vuelvo a mi ciudad natal nombrándola con su propio nombre y con sus cines, cafés, calles, parques, patios, lluvias, nieblas, montes, flores, monumentos, personajes y figuras de su tiempo.
Como decía Julio Cortazar sobre el arte del cuento, escribir una historia es como lanzar una liebre en un estadio y con los ojos vendados tratar después de rescatarla. Cuando uno llega al final y al fin atrapa al animal éste ya no es la misma liebre del comienzo, es otra cosa. Por eso la escritura de una novela es un reto terrible y destructor, desestabilizador, pero al fin de cuentas maravilloso si algun día uno logra liberarse de ella, dejándola atrás para siempre como un objeto desconocido.
ura de El viaje triunfal (1993), pero otros libros se atravesaron en el camino y la temática quedó engavetada hasta que la rescaté hace unos años.

IFIGENIA Y MANIZALES EN INGLÉS

 Por Eduardo García Aguilar

Esta semana, para mi sorpresa y alegría, salió Las rutas de Ifigenia en inglés, publicada por la editorial Aliform en traducción de Jay Miskowiec, quien en 2008 obtuvo la primera Beca Nacional de Traducción Literaria del Ministerio de Cultura para vertir a la lengua de William Faulkner y Truman Capote otra novela de la serie manizaleña, El viaje triunfal. Cada novela que uno emprende es un misterio y a veces una enfermedad de largo aliento, y su destino después de colocarle el punto final siempre sorprende, ya sea que se hunda como es previsible en el olvido total y la indiferencia o salte como la liebre hacia otras lenguas o lectores. 

La historia de Ifigenia, una muchacha manizaleña imaginaria de mi generación, en aquellos tiempos de rock, salsa y revolución, había permanecido latente durante décadas hasta cuando decidí tomar el toro por los cuernos de la narrativa, a sabiendas de que la tarea estaría llena de obstáculos, temores y dudas. En las tres novelas que ya había escrito antes sobre temas imaginarios de mi ciudad natal, Tierra de leones (1983), Bulevar de los héroes (1986) y El viaje triunfal (1993), había querido tratar de contar la mítica ciudad natal fundada en las alturas de los Andes, pequeña metrópoli que curiosamente sigue siendo desconocida para muchos colombianos, pese a las sorpresas aquitectónicas e históricas que guarda entre los vericuetos de sus calles y callejuelas empinadas, entre un paisaje de montañas, balcones floridos, precipicios y volcanes nevados y humeantes.

En Tierra de Leones abordé el personaje de Leonardo Quijano, loco genial sobre el que varias generaciones de manizaleños especulamos tratando de descifrar sus misterios e insondables secretos. En mi adolescencia literaria solía pararme a escuchar sus largos, agitados e incomprensibles discursos pronunciados en una esquina de la plaza de Bolívar y su imagen y leyenda, la pasión por el dibujo, su idioma personal y la fragilidad mental que lo sumió en la pobreza, se habían convertido para mi en un fantasma permanente que solo podía exorcizarse a través de la ficción.

Años después, en Bulevar de los héroes inventé otro personaje, el Loco Rincón, inspirado en muchos de los relatos que contaba en París sobre sus aventuras subversivas otra figura de nuestra tierra, el médico Tulio Bayer (1924-1982), nacido en Riosucio, quien de brillante profesional con posgrado en Boston, pasó a convertirse como muchas otras figuras de su generación en un redentor fallido de los males insolubles de Colombia.

Por complicidad caldense y manizalita, tuve la fortuna de compartir muchas horas con Tulio en su apartamento de París, donde se dedicaba a traducir textos para grandes multinacionales farmacéuticas y armamentísticas cuando sucedía la revolución iraní que llevó al poder al ayatolá Komeiny, a quien imitaba disfrazándose con una capa de beduino y un turbante oriental. Tulio era un gran lector y a esas alturas ya estaba decepcionado de todos los totalitarismos, de izquierda o derecha, aunque seguía con su pasión y rebeldía contra el establecimiento, lo que le contaba en sus cartas a su adversario y amigo el general Alvaro Valencia Tovar.

En El viaje triunfal, el personaje era un poeta modernista y vanguardista, Arnaldo Faría Urillo, que le daba la vuelta al mundo y terminaba sus días en Manizales, rodeado de los jóvenes poetas del movimiento fundidista. En las tres novelas, además de los héroes, el otro personaje era Manizales, con sus casas, templos y palacios de fantasía construidos antes y después de los incendios. En todas está la Catedral como una presencia omnisciente y omnipotente, el Parque y el Teatro Fundadores, la Plaza de Bolívar, el Parque Caldas, el Palacio de Bellas Artes y el Teatro Olympia, el Puente de Olivares, el Monte de Léon y la carrera 23 con sus cafés y tiendas luminosas.

Cuando pensaba que ya no escribiría nunca más otra novela que tuviera como escenario Manizales, se atravesó Ifigenia y volví a la tarea, pero esta vez tratando de contarla desde otro ángulo narrativo y con un lenguaje transparente, alejado de las peripecias y artilugios verbales o la contención estilística presente en anteriores obras. El resultado es una historia que surge de la imaginación de los adolescentes protagonistas y busca captar la vida de la ciudad, el país y el mundo en un corto universo cerrado. Miskowiec la leyó y le encantó tanto que la tradujo en una magnífica versión que a veces suena mejor en inglés que en castellano y que lleva por título The trails of Ifigenia.       

Miskowiec (1958) fue uno de los discípulos preferidos de Gregory Rabassa (1922-2016), traductor al inglés de Cien años de Soledad, Rayuela de Julio Cortázar y otros clásicos latinoamericanos, portugueses y brasileños y quien además de estar dotado con un maravilloso sentido del humor y ser gran amigo de sus amigos, fue profesor en varias instituciones educativas de Nueva York. Jay también tradujo en su momento Bulevar de los héroes, publicada con prólogo de Rabassa en Latin American Literary Review Press, así como El viaje triunfal, Urbes luminosas, Delirio de San Cristóbal y ahora Las rutas de Ifigenia.

Como otros hispanistas norteamericanos tales como Seymour Menton, Johnattan Tittler y Raymond Williams, Miskowiec realiza su trabajo con una profunda pasión por el continente latinoamericano y a los autores los sigue a través de las décadas con atención y cuidado y sin prisas. En su momento, el jurado de la beca de traducción, compuesto por Juan Manuel Pombo y Timothy Keppel, dijo que había otorgado el premio a Miskowiec en virtud de que El viaje triunfal “es una novela bien escrita que capta una época histórica de América Latina de las generaciones del modernismo y del vanguardismo, es una traducción bien ejecutada y es interesante que se conozca ese periodo fuera del país. La experiencia del traductor es sólida, con una buena formación académica”.

Las rutas de Ifigenia, publicada en 2019 en Bogotá por Uniediciones en la colección Ladrones del tiempo, emprende ahora una nueva aventura en otra lengua y lleva la ciudad a cuestas, porque toda ciudad natal es la impronta indeleble de los seres humanos, su huella digital, el origen de sus tragedias, taras, celebraciones y alegrías. Manizales es una ciudad muy reciente llena de historias secretas y nada mejor que explorarlas y contarlas a través de novelas y relatos. La rebelde Ifigenia está de plácemes, pues estudió inglés y escandalizó en el Colombo-Americano de Manizales sin saber que un día la contarían en la lengua de Mark Twain.   
--------------------
Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 13 de septiembre de 2020.      




domingo, 28 de septiembre de 2025

NOBEL DE LITERATURA , VIDA Y DESTINO

Por Eduardo García Aguilar

Como cada año cuando llega octubre, comienzan las especulaciones sobre la mujer o el hombre que será galardonado por la Academia Sueca con el Premio Nobel de Literatura que consagra a un autor o autora con gloria en vida o lanza a la fama en el mundo a autores desconocidos en otros continentes lejanos al suyo. 

Siempre, desde hace más de un siglo, salvo cuando hubo guerras o desastres, octubre es un año de fiesta y alegría para los escritores, que esperan la noticia y los días previos especulan sobre sus preferencias entre quienes lograron la fama en vida y a veces desde muy temprano, como fue el caso de nuestro Nobel colombiano.

Las poderosas editoriales multinacionales hacen circular rumores sobre algunos de sus autores para crear publicidad gratuita y aunque saben que todo es una quimera, pueden a veces incrementar las ventas azuzando los sentimientos continentales o nacionalistas de los inocentes lectores.

La verdad es que la Academia Sueca siempre ha dado sorpresas dejando por fuera para siempre a grandes glorias o premiando a desconocidos y ahora aun más cuando es asesorada por un serio comité de expertos y académicos de diversos orígenes y lenguas, bien enterados de la literatura mundial en una era mucho más conectada y febril que en siglo XX, cuando las intrigas entre poderes literarios y políticos eran más secretas, pues los nombres y deliberaciones abordados por los académicos durante sus debates finales deben permanecer en secreto durante medio siglo.

En el siglo XX y hasta entrado el XXI, salvo algunas excepciones como Gabriela Mistral, Nadine Gordimer, Wizlaba Symborska o Doris Lessing, el Premio era por lo regular para hombres blancos occidentales de Europa o países anglosajones, apuntalados por países y lenguas poderosas e incluso corrientes políticas mundiales ligadas a las grandes potencias. De vez en cuando saltaba algún autor exótico de la India como Rabindranath Tagore, de Egipto, como Naguib Mafouz, o un disidente soviético como el autor de Doctor Zhivago, Boris Pasternak. 

En lo que respecta a América Latina, salvo el caso de la poeta chilena Mistral o del costeño García Márquez que se coló al club como por milagro desde el margen y muy joven, aunque apuntalado por grandes poderes y tendencias políticas del momento en tiempos de Guerra Fría, el premio fue para grandes patriarcas latinoamericanos, políticos o embajadores como Miguel Angel Asturias y Pablo Neruda, cuando se premiaba a autores de izquierda, o a figuras poderosas como Camilo José Cela, Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, cuando la brújula cambió tras la caída del muro de Berlín y empezaron a premiar a autores de derecha.

Pero todo cambió en las últimas décadas con la irrupción de la mujer como fuerza mundial, impulso bajo el cual muchas han logrado Premios Nobel de manera sucesiva y casi paritaria, especialmente autoras poco conocidas hasta entonces de Europa del Este como Herta Müller y Elfriede Jelinek, o de Francia o Estados Unidos, como Annie Ernaux y Louise Glück, y el año pasado la joven surcoreana Han Kang. Esa tendencia sin duda continuará en auge, por lo que las posibilidades de los hombres disminuyen. 

En todos los países y regiones del mundo hay centenares de poetas, ensayistas y narradores con vastas obras y vidas dedicadas a la literatura con pasión o empeño, pero para que se alineen los planetas deben conjugarse los azares de la vida y el destino. Gane quien gane por milagro cada año, es la encarnación de esa utopía desinteresada. Todos ellos no escriben para ganar premios sino para ejercer una vocación profunda y ser cada vez mejores seres humanos. 

---
* Foto de Elfriede Jelinek, Premio Nobel de Literatura en 2004


 

sábado, 27 de septiembre de 2025

LA HISTORIA DE FERMINA MÁRQUEZ

 Por Eduardo García Aguilar

Un día Alvaro Mutis me llamó en México para pedirme una encomienda para Gabriel García Márquez, quien estaba escribiendo en esas fechas su extraordinaria novela El amor en los tiempos del cólera. 

Mutis me dijo que su amigo, vecino y casi hermano Gabriel necesitaba un ejemplar de la novela Fermina Márquez, del hispanista francés Valery Larbaud, en la edición de Austral, y como yo era asiduo a las librerías de viejo de la calle Donceles y trabajaba en el centro de la Ciudad de México en la Torre Latinoamericana, podía encontrarla con rapidez.

Me dirigí como siempre feliz a recorrer aquellas librerías de viejo donde reposaban milllones y millones de libros que terminaban ahí después del fallecimiento de los humanistas mexicanos de la primera mitad del siglo XX y fue fácil encontrar un ejemplar de la novela, que al día siguiente le llevé a Mutis a su oficina de Columbia Pictures en Polanco, donde trabajaba como jefe de ventas de filmes y series televisivas para América Latina.

Mutis y García Márquez eran aun jóvenes y vivían felices en el país adoptivo que los acogió con las manos y el corazón abiertos. Allí habrían de vivir la mayor parte de sus vidas y morir ambos octogenarios y nonagenarios en dos barrios del sur de la ciudad, Pedregal de San Angel y San Jerónimo, no lejos del legendario Coyoacán, donde yo también vivía feliz.

Pocos saben que el nombre del personaje central de El amor en los tiempos del cólera, Fermina Daza, está inspirado en la protragonista central de esta novela de Valery Larbaud, gran poeta inspirador de la obra viajera de Maqroll el Gaviero.

Valery Larbaud fue un millonario heredero francés que dedicó su vida a la literatura y tuvo una intensa relación con América Latina, a donde viajó varias veces y que amaba con todas sus fuerzas. Vivió en Brasil y fue amigo de muchos escritores latinoamericanos de su época

Por eso Fermina Márquez es una novela escrita entre 1906 y 1910, que relata la vida de unos estudiantes de bachillerato millonarios, hijos de magnates como el propio Larbaud, que terminan locamente enamorados de la colombiana Fermina, hermana de un alumno que sufre lo indecible en ese internado situado al sur de París, cerca del Sena.

Fermina Márquez es una de las grandes novelas de la primera mitad del siglo XX francés, una joya que pocos conocen y que don Gabriel leyó tal vez con pasión en los tiempos de su vida en París, cuando era pobre e indocumentado y sufría hambre y frío en la década de los lejanos 50 del siglo pasado. Debió ser curioso para él encontrar una novela francesa cuya estrella femenina llevaba su propio apellido, mucho antes de que él se volviera rico y glorioso.

Mutis admiraba a Larbaud, cuyos poemas lo inspiraron siempre y sin duda fue el cómplice de don Gabriel para que el personaje de su extraordinaria novela llevara el nombre de esa colombiana rica que visitaba a su hermano infeliz por las tardes en el colegio de Fontenay aux Roses, donde todos los muchachos perdieron la cabeza por ella.   

* Foto de Valery Larbaud. Autor de Fermina Márquez.  



jueves, 25 de septiembre de 2025

EL MÉXICO DE VALLE INCLÁN

Por Eduardo García Aguilar

En 1892 el joven Rafael del Valle Inclán partió hacia México a descubrir aquel territorio exótico, que bajo la colonia se construyó como réplica de la metrópoli, con grandes ciudades que llevaban el nombre de las originales europeas y en cuyas plazas centrales se construyeron catedrales y palacios aun más grandes y ricos que los de la madre patria.

Valle Inclán (1866-1936) era un joven e inquieto gallego que empezaba a escribir su obra e inundaba los periódicos con sus crónicas y devoraba el mundo con su desbordada inteligencia y talento. Al llegar a México por Veracruz, el puerto por donde arribaban casi todos desde los tiempos de conquistadores y colonizadores, colaboró de inmediato en un medio local y después en otros de la capital, para ganarse unos pesos.

México ya estaba independizado de la madre patria desde 1821 y experimentaba aun las vicisitudes de una patria boba que buscaba su camino en medio de las ingentes riquezas de su enorme y variado territorio y las codicias mundiales. El joven escritor quedó fascinado desde el inicio por las playas, mares, cumbres, ruinas y volcanes, entre los que se desplegaba una variada flora y fauna desconocidas para él.

Durante su viaje vivió varias aventuras, entre ellas un duelo que no llegó a mayores, y gracias a la intensidad de sus exploraciones reunió material y conocimientos de lenguaje y cultura suficientes para escribir mucho después su gran novela Tirano Banderas, precursora de las obras sobre dictadores latinoamericanos que después practicaron autores como Augusto Roa Bastos, Gabriel García Márquez o Alejo Carpentier, entre otros.

Pero antes de esta gran novela Tirano Banderas, que nos sorprende un siglo después de su publicación en 1926, escribió otra novela mexicana que hace parte del cuarteto de las Sonatas, que versan sobre las aventuras del donjuanesco Marqués de Bradomín, su gran alter ego.

Valle Inclán en su juventud pertenece de facto a la gran generación de escritores modernistas encabezados por el poeta Rubén Darío, el autor de Los Raros y Prosas Profanas, que revolucionó la literatura hispanoamericana. Como los modernistas, fue iluminado por ese estilo decadente y finisecular que practicaron en Francia dandys parnasinanos y simbolistas como Baudelaire y Barbey d'Aurevilly.  

En la Sonata de Estío cuenta las aventuras vividas al llegar a México y conocer a una beldad indígena llamada la Chole, de la que se enamora, en medio de historias de bandidos y cuatreros que infestaban el trópico mexicano del Golfo de México y el río Grijalba y para quienes la vida, como en las rancheras, no vale nada. Las descripciones de la bella Chole junto a una pirámide maya, de la vida marítima y los salvajes paisajes mexicanos, son inigualables. 

Es un libro de gran fuerza poética, una energía en la prosa pocas veces lograda en el ámbito de los modernistas y es una lectura apasionada que nos invita a vivir aquel lejano siglo XIX, donde los sincretismos entre el mundo prehispánico de ídolos aztecas y mayas e hispánico católico eran totales y se imbricaban en medio de pirámides, conventos, catedrales, iglesias, mercados, ferias y haciendas donde reinaba la violencia. De hecho el Marqués de Bradomín, pecador y aventurero, se clasificó siempre como un hombre "feo, católico y sentimental".

----

Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 21 de   septiembre de 2025.